
- Eso sí que si al final dios existe, no me lo perdona.
- Eres una atea muy rara.
- No es verdad, me gusta jugar. De hecho creo que dios siempre tuvo buen gusto para los nombre.
- Eva...
- Sí. Me gusta jugar. Me gusta jugar con dios.
- (Mirando al cielo, señalándolo) ¿Qué haces jugando con mi chica, dios?
- (Mirando al cielo) ¡Eso!, (agresiva e indignada) ¡¿dios?!